Unidad 1
Cultura, sociedad y comunicación como creaciones humanas. El ser humano creador de cultura. Lo innato y lo adquirido, ¿Qué es la cultura?, capacidad simbólica del hombre. Signos y significaciones. Saussure y Peirce. El signo lingüístico, significantes y significados. Cultura y sociedad. La noción del “sentido común” insertada en la cultura.
Clase 1
El signo, esa forma de acceder al mundo
En esa primera clase nos introduciremos en el mundo de la "Semiótica" o la "Semiología", dos palabras para definir una misma cosa, el estudio de los signos en la vida social.
Algunas preguntas disparadoras para orientar la clase: Todo es signo dice el semiólogo estadounidense Charles Sandes Peirce. Si todo es signo entonces ¿Cómo estudiar el signo?
Peirce no niega la existencia del mundo más allá de los signos, pero postula que no podemos acceder a la realidad si no es a través de los signos.
En la siguiente actividad leeremos unos cuentos del libro "Las Ciudades y los signos", de Ítalo Calvino, dónde el autor nos lleva de viaje por imaginarias ciudades que solamente podrán conocerse siempre y cuando se conozcan los signos que pululan en ellas.
Luego de la lectura responder:
1 ¿Cuáles son los signos presentes en el texto?
2 ¿Qué sostiene el autor cuando menciona que "los signos forman una lengua pero no la que tu crees conocer"?
3 ¿Por qué sostiene el autor que "no hay lenguaje sin engaño?
Italo Calvino, Las ciudades invisibles.
IPAZIA. LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS. 4

De todos los cambios de lengua que debe enfrentar el viajero en tierras lejanas,
ninguno iguala al que le espera en la ciudad de Ipazia, porque no se refiere a las
palabras sino a las cosas. Entré en Ipazia una mañana, un jardín de magnolias se
espejeaba en lagunas azules, yo andaba entre los setos seguro de descubrir bellas y
jóvenes damas bañándose: pero en el fondo del agua los cangrejos mordían los ojos
de los suicidas con la piedra sujeta al cuello y los cabellos verdes de algas.
Me sentí defraudado y quise pedir justicia al sultán. Subí las escalinatas de
pórfido del palacio de las cúpulas mas altas, atravesé seis patios de mayólica con
surtidores. La sala del medio estaba cerrada con rejas: los forzados con negras
cadenas al pie izaban rocas de basalto de una cantera que se abre bajo tierra.
No me quedaba sino interrogar a los filósofos. Entre en la gran biblioteca, me
perdí entre anaqueles que se derrumbaban bajo las encuadernaciones de pergamino,
seguí el orden alfabético de alfabetos desaparecidos, subí y bajé por corredores,
escalerillas y puentes. En el mas remoto gabinete de los papiros, en una nube de
humo, se me aparecieron los ojos atontados de un adolescente tendido en una estera,
que no quitaba los labios de una pipa de opio.
—¿Donde esta el sabio? —El fumador señaló fuera de la ventana. Era un jardín
con juegos infantiles: los bolos, el columpio, la peonza. El filósofo estaba sentado en
la hierba. Dijo:
—Los signos forman una lengua, pero no la que crees conocer.
Comprendí que debía liberarme de las imágenes que hasta entonces me
habían anunciado las cosas que buscaba: sólo entonces lograría entender el lenguaje
de Ipazia.
Ahora, basta que oiga relinchar los caballos y restallar las fustas para que me
asalte un ansia amorosa: en Ipazia tienes que entrar en las caballerizas y en los
picaderos para ver a las hermosas mujeres que montan a caballo con los muslos
desnudos y la caña de las botas sobre las pantorrillas, y apenas se acerca un joven
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extranjero, lo tumban sobre montones de heno o de aserrín y lo aprietan con duros
pezones.
Y cuando mi ánimo no busca otro alimento y estímulo que la música, sé que
hay que buscarla en los cementerios: los intérpretes se esconden en las tumbas; de
una fosa a la otra se responden trinos de flautas, acordes de arpas.
Claro que también en Ipazia llegará el día en que mi único deseo será partir.
Se que no tendré que bajar al puerto sino subir al pináculo mas alto de la fortaleza y
esperar que una nave pase por allá arriba. ¿Pero pasará alguna vez? No hay lenguaje
sin engaño.
TAMARA. LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS. 1
El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo
se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra: una
huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una vena de agua, la
flor del hibisco el fin del invierno. Todo el resto es mudo es intercambiable; árboles y
piedras son solamente lo que son.
Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella por
calles llenas de enseñas que sobresalen de las paredes. El ojo no ve cosas sino figuras
de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro
la taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza el herborista. Estatuas y
escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo —quién sabe
qué— tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales advierten sobre
aquello que en un lugar está prohibido: entrar en el callejón con las carretillas, orinar
detrás del quiosco, pescar con caña desde el puente, y lo que es lícito: dar de beber a
las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los parientes. Desde la puerta
de los templos se ven las estatuas de los dioses, representados cada uno con sus
atributos: la cornucopia, la clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel puede
reconocerlos y dirigirles las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o
figura, su forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad basta para
indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de moneda, la escuela pitagórica,
el burdel. Hasta las mercancías que los comerciantes exhiben en los mostradores
valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda bordada para la
frente quiere decir elegancia, el palanquín dorado poder, los volúmenes de Averroes
sapiencia, la ajorca para el tobillo voluptuosidad. La mirada recorre las calles como
páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso,
y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sesta apretada envoltura de signos,
qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido. Afuera se
extiende la tierra vacía hasta el horizonte, se abre el cielo donde corren las nubes. En
la forma que el azar y el viento dan a las nubes el hombre us partes.
Cómo es verdaderamente la ciudad bajo ya esta entregado a
reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante...
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